La revolución de las mentiras: los hechos históricos: Luana Foti

La información que nos llega del exterior nos permite orientar nuestra vida en consecuencia. Cuando la desinformación es lo único que nos gobierna, nuestras percepciones son tan distorsionadas como peligrosas, porque una mentira no tiene fronteras. Es, por ello, un arma revolucionaria de un poder casi ilimitado. Aunque se repita mil veces no se convierte en verdad, pero un pensamiento real se hace real en sus consecuencias. Con una mentira uno puede llegar muy lejos, pero sin esperanzas de volver, como reza un proverbio judío.

Si hay una lección que el movimiento independentista catalán nos imparte es el inmenso poder de una mentira. Una de las principales falsedades de este cuento hace mención a las relaciones histórico-económicas de Cataluña con el resto de España, simplificadas con el lema “España nos roba”.

Veamos.

Los habitantes de la región conocida más tarde con el nombre político de Cataluña eran conocidos antiguamente como hispani. Los que ahora se refieren a España como algo distinto y alejado de Cataluña se están equivocando: España existe desde hace más tiempo que Cataluña, término que no se propagó hasta el siglo XII bajo el reinado de Alfonso II de Aragón. Antes de la unión dinástica entre Castilla y Aragón (1469), Cataluña formaba parte de la Corona de Aragón junto con Aragón y Valencia, tanto que historiadores medievales catalanes como Bernat Desclot o Ramón Muntaner cuentan que los catalanes entraban en batalla al grito de «¡Aragón, Aragón, Al abordaje!». Jamás existió un estado catalán independiente y soberano. Es importante recordar que el condado aragonés nació como un núcleo de resistencia cristiana con miras a reconquistar el reino visigodo de España, que comprendía la provincia romana de España, invadida por los musulmanes.

Cataluña fue durante mucho tiempo una región principalmente agrícola, pobre y atrasada que el hambre y la miseria convirtieron en terreno fértil para el bandolerismo. La llegada de los Borbones marcó el comienzo de una nueva era para toda España y sobre todo para los catalanes que pudieron disfrutar de ventajas económicas sin precedentes. Pero el verdadero cambio tuvo lugar en el siglo XIX gracias a la revolución industrial. Cambiaron las tornas y Cataluña se convirtió en un próspero centro comercial y en una sociedad dinámica y creativa. Esta nueva prosperidad, sin embargo, no habría sido posible sin el apoyo de todos los españoles y la protección de los gobiernos de España.

El comercio privilegiado con las provincias españolas de ultramar —también el esclavismo— y las políticas proteccionistas españolas fueron esenciales para el éxito económico catalán. En el 1869 el entonces ministro de hacienda Laureano Figuerola —que instauró la peseta como unidad monetaria nacional— introdujo la Ley de bases arancelarias para que ningún artículo importado tuviera un arancel superior al 15%, pero los industriales catalanes, gracias a sus fuertes influencias en el gobierno, consiguieron una subida de casi un 35% para los productos de su competencia como “derecho extraordinario”.

Escribió Stendhal: «Los catalanes exigen que cada español que usa telas de algodón pague cuatro francos al año porque en el mundo solo hay una Cataluña. Es preciso que el español de Granada, Málaga o La Coruña no compre, por exemplo, los tejidos de algodón ingleses, que son excelentes y cuestan un franco la vara, y se sirva de los tejidos catalanes, muy inferiores y que cuestan cuatro francos la vara». Práxedes Mateo Sagasta, una vez presidente del gobierno de España, explicó la clave del éxito catalán reconociendo la importancia de «la aptitud y las energías de los catalanes», pero también que la fuerza de Cataluña se creó «bajo el amparo, bajo el favor, bajo la protección de todos los gobiernos de España […]. Ha habido necesidad de concederle ciertos privilegios legales que le han dado ventajas sobre sus hermanas, las demás provincias de España. […] Cataluña no haría bien si no estuviera ligada a España como está ligado el hijo querido a su madre».

En resumen, han creado un conflicto que no es entre españoles y catalanes, sino entre ciudadanos de un mismo país, una misma nación y una misma sociedad que durante siglos han disfrutado juntos de las ventajas de su convivencia y han sufrido, también juntos, sus desventajas. A partir de un momento determinado, a estos ciudadanos se les ha dicho que su secular convivencia ya no aportaba nada a sus intereses ni su bienestar. Las desventajas, amplificadas, se han presentado como el único efecto de la unión, mientras que la división se ha pintado como el único camino posible para acceder, literalmente, al paraíso en la tierra.

El problema del independentismo es que es un gigante con pies de barro porque todos los argumentos que se han usado para sostenerlo son falsos.

 

Luana Foti