La ceguera de los fueros: Guzmán Díez

El proyecto de la Unión de Armas del Conde-Duque de Olivares o la tergiversada Guerra de Sucesión Española –y la sucesiva implantación de los Decretos de Nueva Planta en el Principado de Cataluña- parecen haber dejado un poso de desconfianza. Un escepticismo en la memoria colectiva de una parte de la ciudadanía catalana. Una incredulidad hacía las políticas promovidas por el “Gobierno Central”. Chirriando esta última palabra por las connotaciones negativas que hacen zozobrar a alguno.

Nuestras sociedades se han puesto a prueba con estos tiempos de crisis que nos ha tocado vivir sacudidos por una pandemia global, que casi paraliza el mundo. También se han dejado en evidencia nuestros puntos más vulnerables. El avituallamiento o el riesgo de contagio son el monotema de la opinión pública y familiar.

El coronavirus suscita diferentes preocupaciones para nuestros más perspicaces compatriotas nacionalistas. Ellos han detectado que la declaración del estado de alarma se trataba de una estratagema más proveniente del poder “Central”, bautizándola como “155 encubierto” para dinamitar su autogobierno. Quedando de nuevo manifiesta su actitud de colaboración por obligación recelosa y sus verdaderas pretensiones, más cercanas al mantenimiento de la organización territorial del Estado. Preocupándose más por obstaculizar una excepcional centralización de competencias que del bienestar del ciudadano.

No es de extrañar que los líderes separatistas se sientan invadidos por el extranjero, con la mera presencia de las Fuerzas Armadas. Como si se estuviese enviando un Ejército trasnochado compuesto por mercenarios que perciben el salario con retrasos y, mientras tanto, se tienen que servir de la rapiña. Todo ello indudablemente con la única finalidad de ir acabando paulatinamente con sus fueros violando sus usos y costumbres.

No importa que la UME actúe bajo el imperativo categórico de servir a la ciudadanía, anteponiendo la salud de los ciudadanos a su propia seguridad. Tampoco importa que haya demostrado profesionalidad y eficiencia desterrando la creencia de superfluidad. Porque en su postura subyace un rechazo vestido de antimilitarismo a todo lo hispano.

El ejército en sí no les causa pavor, sino lo que significa y el grado de aceptación que está teniendo entre la población. Se está reflejando con acciones junto al gran engranaje que está afrontando esta crisis la voluntad de ayudar unánime de los españoles. Un deseo reprimido por la responsabilidad de confinarse en casa, haciéndonos sentir una impotencia por dentro que nos ha empujado a ingeniárnoslas para contribuir con nuestras capacidades y nuestro radio de acción. Gestos que desprenden la vitalidad de un país solidario, cohesionado y en sintonía con el himno nacional “Resistiré”. Alejado de todo particularismo que atrofia nuestro proyecto de vida en común.

Deberíamos estar orgullosos de haber dado prioridad a la vida frente a la economía. Prioricemos también la salud frente a las identidades nacionales.